Si el mundo físico
tiene inconvenientes, el virtual es aún más complejo. Graduada como profesora,
jamás incursioné en el medio de enseñanza presencial, por diversas circunstancias y
prioridades. Por razones de trabajo, tuve la oportunidad de incursionar en el
medio de
la enseñanza
virtual, trabajando con Moodle.
¿Qué significó para
mí incursionar en
la tutoría virtual?
Primero, el reto de profundizar más en el estudio sobre plataformas virtuales. Segundo, aprender a lidiar con diferentes
caracteres y personalidades que se acentúan en la virtualidad, por ser un medio
de libre expresión, sin inhibiciones. Tercero, tener la disciplina y la
tolerancia que se requieren para hacer frente a los inconvenientes,
las excusas y, muchas veces, como sucede también en el mundo real, con las
innumerables mentiras que suelen decir los participantes en un curso a
distancia (no digo que en las aulas físicas no suceda también).
Un curso con 78
participantes virtuales podría parecer sencillo de llevar. El problema es que
calificar 78 evaluaciones de respuesta abierta es, literalmente, ¡una locura!
Me tocó y empecé a comprender que los diseñadores de cursos o quienes proponen
las evaluaciones, deben contar con experiencia docente para saber qué funciona
y qué no funciona, no solo en el aula, sino en los ambientes virtuales. Si a
esto se le agrega la mentalidad de la mayoría de quienes se inscriben en un
curso a distancia que, culturalmente no están preparados para acceder a esta
modalidad, las dificultades se tornan abismales.
Tomar un curso de
formación a distancia implica autodisciplina, investigación, constancia y
dedicación para concluir cada una de sus etapas, sin el control coercitivo del
aula. Claro, implica un reto, más cuando la mentalidad que culturalmente se ha
forjado en este ámbito no se corrige. Se topa una con personas que se
inscribieron sin tener la habilidad necesaria para interactuar en un mundo
virtual, y no hablo de interactuar en redes sociales, de las cuales la mayoría
son “expertos”, hablo de habilidad real para interactuar en el mundo virtual,
aprovecharse de él y lograr los objetivos autodidactas que se persiguen.
Me
he topado con participantes que, olvidando las premisas de la formación a
distancia, creen que los tutores deberíamos estar todo el tiempo disponibles
para resolver sus dudas más recurrentes: subir un archivo, abrir un enlace de
audio, borrar un intento de evaluación que dejaron abierto, darles más tiempo
para entregar una tarea, bajarle el nivel a una evaluación, pedir explicaciones
acerca de por qué perdieron una evaluación si nunca accedieron (por voluntad
propia) al contenido del curso, e inagotables situaciones cuya enumeración
podría resultar tediosa.
Ser participante requiere, además de la habilidad tecnológica, la actitud y el convencimiento propios de realizarlo por autodeterminación, con aportes mínimos de aprendizaje (no resolución de problemas por falta de habilidades tecnológicas) por parte del tutor.
Sigo trabajando con Moodle, pero ya no en relación
directa con los participantes, sino en el diseño de los cursos. Tengo más o menos claro cómo debo plantearlos
para que sean efectivos para el aprendizaje significativo, sin dejar de
trabajar en mi aprendizaje constante en este quehacer del cual aún desconozco
muchas cosas.
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