Hace unos meses, se me encomendó la autoría y la edición de libros de texto de educación primaria de una prestigiosa editorial. Confieso que desde que dejé mi trabajo de tiempo completo como editora de libros de texto, no me sentía tan emocionada haciendo lo que me gusta. No es que los cursos elearning o los manuales técnicos me aburrieran, todos los textos tienen su encanto y su arte de tratamiento. Pero la edición y la autoría de libros de textos para niños y jóvenes es algo que disfruto.
Fueron meses de trabajo intenso, primero escribiendo el libro de Ciencias Sociales de segundo primaria y luego editando los libros de Ciencias Naturales. Sin embargo, la edición que realicé no fue respetada y una nesciente editora se adentró en los textos ya editados por mí y los destrozó. Cuando digo "destrozó", es porque literalmente así lo hizo.
Al principio me costó asimilarlo, sobre todo porque siempre pongo pasión y entrega en lo que sé hacer mejor, editar. Sin embargo, después entendí que no podía pretender estar de plantilla en el lugar para evitar semejante atrocidad y acepté que, por un año, mi nombre aparecerá en esos libros sin la responsabilidad de haberlos modificado como lo hizo esta editora.
No quiero parecer exagerada porque estoy consciente de que en este oficio casi todos aprendemos a descalificar el trabajo de los otros. El día que recibí los libros se me ocurrió revisar uno de ellos… ¡Craso error! Casi muero en ese instante.
Comprender que no soy todóloga me costó semanas, pero bueno… tengo la esperanza de que habrá una reedición de esos libros. Incluí en este artículo dos imágenes de los errores y gazapos que descubrí esa noche. Después de eso, no he vuelto a ver los libros.
¡Jesús santo!
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