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La edición: una lucha de egos y descalificación del trabajo del otro

Cuando aún no contaba con la experiencia de hacer autorías por encargo, recuerdo con precisión, cómo me quejaba de los autores: que nunca entregaban las páginas a tiempo, que si se dedicaban a tanto que al final terminaban plagiando de la red  o copiando de algún libro, que por qué tan lentos para entregar una unidad de 50 páginas, y así seguiría con una lista interminable de quejas. 

En  los dos últimos años, me ha tocado “hacer de autora”  y  ¡a la gran!, me doy cuenta de que editar los textos de otro es una tarea titánica, pero diferente: arreglas aquí y allá el trabajo de alguien más, reescribirlo a veces, pero no se empieza de CERO.  

En  la primera editorial de libros de texto donde me inicié, me tocaba hacer una, dos o tres páginas eventualmente, una unidad completa más o menos de 40 páginas, pero nunca un libro de 200 o 250 páginas. Comprendí que para escribir, además de dominar una temática y tener buen nivel de  investigación, se necesitan inspiración y buen estado físico y mental. Esto porque, generalmente, los proyectos editoriales en Guatemala o Centroamérica, se planifican para un período de cuatro meses máximo, si no menos. ¿Cómo escribir 200 páginas en dos meses cuando las ideas no fluyen? ¿Qué hacer para desarrollar temas de un currículum de Ciencias Sociales tan mal concebido como el de Guatemala? La verdad es difícil, más cuando estamos bajo el yugo de un editor que se vuelve, muchas veces, déspota, inquisidor y perseguidor, exigiendo en plazos risibles,  40, 50, 60 o X número de páginas. 

Ahora entiendo a los autores de los libros que algún día edité, realmente es una tarea difícil. Y no sé por qué, pero entre nosotros se desarrolla una cierta lucha de egos, donde descalificamos el trabajo de los demás  y nos creemos casi semi-dioses. Solemos señalar que X o Y autor incurrió en  “un montón de errores”. No obstante,  nunca especificamos un número exacto para cuantificar un porcentaje que nos permita tener una mejor visión sobre este aspecto.
¡Qué barbaridad! ¡Qué tipo este, cómo copio de aquí! ¡A la gran!, cómo se le olvidó  que haz se escribe con “h” y “z”… Si entre nosotros existiera aún un tribunal inquisidor, seguramente, habríamos condenado a la “hoguera” a varios de nuestros autores. Pero, ¿qué pasaría si tuviéramos que hacerlo nosotros? Creo honestamente que también nos costaría, utilizaríamos recursos similares y quizá nunca terminaríamos las “unidades completas” que solemos exigir, porque ¡ay de aquel autor que ofrezca páginas sueltas en lugar de la unidad total!, casi lo consideramos  un “hereje”.

Si yo menciono o comento el hecho de que una unidad, artículo, o libro  tiene un montón de errores, es mejor decir, tenía 10 errores de redacción, 12 de concordancias, tomó datos de este libro que no es una fuente confiable,  plagió una parte de este y otro sitio, encontré 10 errores conceptuales, etc. Esto ayuda a no desvirtuar el trabajo de los demás y a aprender a hacer observaciones concretas  a los autores. Apreciar el trabajo de los demás implica entender que no soy el único bueno y que más allá de lo que creo, es más útil conservar y estimular a los buenos autores, que si bien es cierto a veces comenten errores, no dejan de ser buenos por ello.

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